Cuando un millón de pensamientos inundan mi cabeza, las dudas me atormentan y miro a mi alrededor como alguien buscando una señal... Vuelvo a pensar en ti. En estos momentos, en el que me doy cuenta que prácticamente me he dedicado a compartimentar mi vida. Unos sabe una cosa, otros obtienen otro tipo de información y mis dudas se preguntan, con quién debo ir? Es difícil darse cuenta de algo que haces inconscientemente, un mecanismo de defensa perfectamente aceitado.
Y entonces te recuerdo. Porque te compartía todo, sin restricciones, sin la voz que me alertaba que estaba exponiendo mis ángulos más vulnerables. Contigo podía ser imperfecto y frágil. Y eso es tal vez lo que más duele. El que te hayas ido. Que me hayas dejado sin esa parte que no creí que podría dársela a alguien. No me malinterpreten, también tengo buenos oyentes de mis problemas pero mis defensas no permiten ser derribadas con tanta facilidad. Una ventana aquí y otra allá, pero sin posibilidad de ver el panorama completo.
Tal vez eso es lo que me lleva a veces a querer enviarte un mail a ese inexistente lugar donde lo más seguro es que reciba un mensaje de error. Porque así como yo confiaba en ti ciegamente, sólo recibí un mail falso y cuentas que ya están olvidadas... Y no puede decirse que no existían maneras de contactarme porque te he dado incontables y aún activas.
A esta hora de la noche y luego de darme cuenta lo mucho que mis pensamientos te extrañan, mi mente me recuerda maliciosamente que nunca he pensado en alguien una vez que se han alejado de mí. Si ya no quieren ser parte de mi vida, pues bien por ellos... Y sin embargo, sigo atada a la esperanza que alguna vez me recuerdes y vuelvas a mí. Debo estar mal de la cabeza o debo necesitarte mucho.
Han pasado cinco largos años pero, quién los cuenta?
Creo que es hora de despertar de esa ilusión y enfrentar la realidad que ya no eres parte de mi mundo ni nunca volverás a serlo.